SOLTERA
BUSCA... Quizás fuera el griterío de los niños en la clase, o tal vez, el chirrido de los trenes a su paso. Vivía al lado de la estación. Cualquiera que fuese la causa, había perdido el oído y le concedieron la invalidez, justo cuando la era de las nuevas tecnologías había hecho su aparición. Sólo le dio
tiempo a comprarse un ordenador que, uno de sus alumnos, le instaló en
su casa. No se había casado, y ahora, a su edad, se encontraba solitaria con una pantalla ante ella, a la que, en su cabeza, fue dando vida. Cuando aquel
verano, su prima Luisa, mucho más joven que ella, vino a pasar unos
días, le habló de sitios que había para hacer amistades, para gente
solitaria y la metió en este rollo. Pero un día...
allí estaba, su rostro sonriente la miraba, ella pensaba que aquella
sonrisa era exclusivamente para ella. Era igual, ella
no le iba a decir su edad, ni le hablaría de su sordera, ni de su
cabellera canosa, ni de sus pechos flácidos. Como si de una persona real se tratase, ella fue elucubrando historias tras historias. Hablaba con él, le preguntaba su parecer y llegó incluso a poner un plato en la mesa. -Bueno, ya se
que este vestido no te gusta, me lo cambiaré. El fondo de pantalla, ni que decir tiene que era la foto de él. Sacó una copia y le compró un marco. -Es para la foto de mi novio- le dijo a la dependienta cuando le preguntó por lo que pondría, para ver que marco iría más acorde con el motivo. No más se
levantaba, encendía el ordenador y allí estaba él. -Eres un encanto, todo te parece bien, nunca un mal gesto; siempre ese cariño que te rebosa por los ojos. ¡Si lo sé bien! Le escribía largos correos que le mandaba y a los que él nunca contestó. Por otro lado, sus otras necesidades no le agobiaban mucho, las saciaba con su imaginación y era suficiente. Aquella página, dejaba registrada las entradas de cada persona en los perfiles de cada cual, hecho del que nuestra enamorada no tenía ni idea. Así pasaban los días y ella era feliz con las mil historias que iba elaborando su cabecita. -Nunca, ¿me oyes?, nunca me había enamorado de esta manera- le decía al fondo de pantalla que absorbía todas sus horas. Hacia ya varios meses que, Consuelo, había cambiado sus costumbres; vivía pendiente de aquella imagen que, para ella, era su vida. Una mañana, cuando se levantó, y como siempre fue a darle los buenos días, se encontró con una pestañita en la parte inferior derecha, que intermitentemente le anunciaba que tenía un correo. Con los nervios a punto de estallar, no daba bien con el lugar para leerlo. Por fin lo abrió y comenzó a leer: “Señorita, desde hace unos meses, viene usted mandándome correos de lo más ridículos. No la conozco de nada ni tengo ningún interés en usted. Por favor, deje de molestarme. ¿No tiene otra cosa mejor que hacer?” Era él, era su cara sonriente, pero aquello era durísimo, no, no podía ser. Cuando quiso entrar una vez más en su perfil, un mensaje le anuncia que tiene denegada la entrada. Escribe un correo tratando de aclarar, -debe tratarse de un error- El correo le es devuelto por rechazo de su destinatario. Consuelo no sabe que pensar, no puede creer que sea cierto. ¿Cómo puede hacerle esto a ella? Con lo que ella le ama, con lo enamorada que está... Arranca los cables del ordenador, toma entre sus brazos aquella pantalla que había sido su vida, y con pasos cansinos y lentos sube a la azotea. Se asoma al pretil de la parte trasera. La estación, como casi siempre está desierta; allá a lo lejos se divisa el tren que se aproxima. Se muerde los labios hasta hacerse sangre y sorbe la nariz unas cuantas veces, mientras por sus ojos se van derramando unas lágrimas. –Debe ser la
carbonilla- se dice, como si los trenes aún funcionasen con carbón. Ella lo mira, se suena la nariz una vez más y responde sin dejar de hipar: -Joven, mi novio ha tenido un accidente y ha muerto, ¿comprende?, ha muerto.
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