SOLEDAD  ESTIVAL

Calor, mucho calor, como única compañía.
Calor que me impide dormir y me empuja a pensar.

No, no es la única compañía, también está la Soledad, pero ella, tampoco me paraliza los pensamientos, por el contrario, me incita a ellos.
Ella también es culpable de mis insomnios, aún cuando no hace calor.

La ventana abierta para dejar entrar el fresco, ¿qué fresco?

No, no entra ni el fresco.

De vez en cuando, oigo la serenata inacabable de varios grillos en el jardín de abajo. No es que canten a ratos, es simplemente que los oigo a veces.
Otras, el sonido de las voces interiores del amasijo que llevo en la mente, me impide oírlos.

¡Que grande es la habitación! ¿Porqué es tan grande?

Hay un camino que recorro descalza miles de veces, en las horas nocturnas: pasillo, salón, terraza y retorno.

Una vez, dos, tres... casi arrastrando los pies para sentir el frío del mármol, que en estas noches no es tan frío.

Un reloj lejano se hace notar, preciso, puntual, y, ¡que lento va! Él, no tiene prisas por que pase la noche.

De tarde en tarde, los faros de un coche noctámbulo hacen un recorrido rápido y semicircular por el techo de la habitación, dejando fantasmas pintados que se diluyen rápidamente en la nada. Los acompaña el ruido característico del motor, al qué tampoco le dejan dormir, no tienen en cuenta las altas horas.
Y yo, como una anormal, me sorprendo esperando ansiosa el paso de otro auto.

Las tres.

Pasillo, salón, (este salón también es demasiado grande), terraza...

Enciendo un cigarrillo y aspiro con fuerzas.

Una estrella fugaz huyendo de la noche acapara mi atención en ese instante.

Pide un deseo...

¿Qué pido? Tengo tantos deseos, ¿cuál es el más importante?

Hay una lista interminable...
¿Amor, salud, bienestar…?

De pronto se me ocurre uno puntual: que suene el teléfono.
Pero, ¿quién se va a acordar a estas horas de esta idiota?
¡Mentira! Las estrellas fugaces no conceden deseos.

La luna con su pánfila cara me observa y yo a ella.

-¿No dices nada? ¿Cuántos te estarán mirando en estos momentos?
Quizás un señor que enviudó hace algunos años y vive solo, o aquella anciana que, desde la residencia donde está, añora a sus hijos y nietos.
Tal vez una mujer que espera inútilmente al mierda de su marido.

¡Lo mismo era el del coche que pasó antes!

Luego llegará con un cuento, y si queda en eso nada más, ¡menos mal!

Las cuatro.

¿Dónde dejé el tabaco?

Salón, pasillo, dormitorio.

Los grillos siguen cantando, ¡que pesados!
No, no son pesados, están cantando una serenata; igual que los tunos me las cantaban hace años.
Sí, están cantándome una serenata.

Un bostezo inesperado me llena de esperanzas dormideras, pero no, ha pasado de largo.

Voy a leer, ¿leer? ¿Cómo se me ocurre ponerme a leer a estas horas?

Pasillo, salón, terraza y vuelta

Las cinco.

¿Qué me voy a poner mañana?

Una blusa generosa que no deje traslucir mi cansancio, ¡Ah! Que no se me olvide colgarme una sonrisa y la gargantilla del buen humor, me sienta muy bien.
Tengo que ponerme unas gafas obscuras que no se me noten las ojeras del insomnio. Me ocultará los ojos.
A mi me gusta ver los ojos de las personas, a ellas les debe pasar lo mismo, pero las gafas “de ver”, nooo, soy algo coqueta.

¡Qué alegre! ¡Qué simpática! ¡Qué gracia tiene! -dirán

Si, esa es la otra, la de cada día.

Las seis.

Pasillo, salón, terraza.

Ya parece que ha refrescado algo, pero no entra el fresco.

Está clareando, casi no se ven las estrellas. La luna sigue ahí, más a la derecha, pero sigue mirándome. -¡Qué cara de tonta y de torta tienes, hija!

Ya sé que voy a hacer hasta la hora de levantarme.
¿Levantarme?, para levantarse hay que acostarse antes.
Voy a escribir, sí, eso mismo, voy a escribir.

Dicen que para dormir, es muy bueno contar borregos.
¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?
Mañana, indiscutiblemente, me obligaré desde primer momento a contar borreguitos.


Marila.

 

POEMAS

    ENTRADA

VOLVER