LLUEVE

(Escuchando La Balada de Otoño de J.M. Serrat)


Llueve detrás de los cristales...
Llueve detrás de las caras maquilladas con coloridas máscaras para el mundo.
La ventisca levanta sentimientos que vuelan de la realidad a los sueños inconclusos,
se golpean unos a otros, apelmazados, hirientes, indisolubles.


Las curiosas ranas, miran con sus ojos saltones el devenir de tanta hojarasca,
mientras sigue la lluvia lacrimosa inundando el alma.

Las pupilas emanan sin cesar, formando charcos sobre el pavimento resbaladizo del día a día.
Chapoteo en ellos mis pies descalzos, ávidos por salpicar a mi alrededor parte de los silencios que trajeron tantas tormentas.

Las nubes no se marchan nunca en los días grises, se esfuerzan por ocultar sonrisas que se pierden entre las vueltas de las agujas del reloj, que no marcan ningún momento especial.
El ruido monótono de la lluvia atenúa los suspiros de miles de mariposas escondidas tras la indiferencia.

Llueve detrás de los cristales...
Sigo con el dedo la caída de las lágrimas pegadas al otro lado, y que, poco a poco, en su camino zigzagueante, resbalan lentamente como las horas.
Las mismas que pasaron en cientos de días, inundando el alma de inútiles esperas,
de sueños devorados por alimañas extendidas por la faz de la esperanza.


Fue un otoño como éste cuando cayeron las últimas hojas de aquel árbol que plantamos juntos.
Hoy sus ramas desnudas, se mecen al vaivén del viento, esperan anhelantes la llegada de otra primavera, rotos los dedos de estrujarse mil veces unos a otros,
manos siempre solas, siempre vacías.

Ronca la voz de tanto conversar con a ese jarrón de porcelana, que nunca responde.
Y l
a rejilla del desagüe no es capaz de tragar tantos desalientos.
Mientras, sigue lloviendo detrás de los cristales...

Marila