HISTORIAS Y MENTIRAS DEL CHAT o MACHOS EN CELO


 

HISTORIAS Y MENTIRAS DE MACHOS EN UN CHAT

 La idea fue concebida un día cualquiera de cualquier mes.

Una amiga y yo, nos fuimos a visitar a otra, Rosa, que estaba convaleciente.

Después de merendar y charlar un largo rato de las miles de cosas que suelen hablar las amigas, y como ya se había hecho de noche, la dueña de la casa, nos invitó al cuarto de su hijo, donde estaba el ordenador y a entrar en un Chat.

Tanto para mi amiga, la que me había acompañado, como para mi, era algo desconocido por completo. Aunque a ninguna de las dos nos seducía lo más mínimo, viendo el atractivo que para la convaleciente tenía, accedimos sin decir nada.

Ella, nos vería en la cara el poco entusiasmo, que nos empezó a hablar de lo divertido que resultaba.

Voy a omitir los nombres de los sitios, aunque según nos dijo la experta, todos son más o menos iguales.

No había pasado un minuto de la conexión, empezaron a llover ventanitas que requerían nuestra atención.

Según nos explicó, al entrar en un Chat y según van saliendo los mensajes que van dejando unos y otros, cualquiera puede pinchar en tu nikc y abrirte un privado, esto es: una ventanita que se abre al margen de la pantalla general, en la que puedes hablar con esa persona privadamente.

Ella atendía a unos y otros con una soltura prodigiosa. Yo estaba alucinada por los requerimientos que salían en la pantalla general. No solo de ellos, que ya eran bastante atrevidos, sino por que ellas, también hacían sus ofertas.

-22 cms, ¿alguien me la quiere ver?
-Estoy caliente, ¿me ayuda alguien a correrme?
-¿Tienes cam y jugamos?
-¿Quieres ver mis tetas?

Naturalmente, la mayoría escribía con un léxico difícilmente comprensible. Las (h) estaban suprimidas por completo, las preposiciones: que y por, eran sustituidas por una (q) y por una (x). Para nada había diferencia entre B y V.

Yo abría los ojos cada vez un poco más hasta creer que se me iban a salir.

¿Cómo era posible? La pantalla del ordenador era como una la careta que se ponían y les inhibían sus represiones totalmente.

En tanto, mi amiga estaba hablando con uno que, al decirle ella que estaba con dos amigas, nos estaba invitando a tomar una cerveza en una terraza cerca del lugar que decía vivir, eran las once de la noche ya.

Nos contaba Rosa, que no todos las personas que entraban en un Chat, eran igual, aunque sí, la mayoría; que a muchos, la soledad les empujaba a estos sitios con la idea de conocer a alguien y sentirse acompañado aunque fuera de esta manera.

A mi aquello me aburría soberanamente.

Nos despedimos y nos vinimos a casa. En el camino, mi amiga, la que me había acompañado, me dice:

-A ti que te gusta escribir, ¿por qué no escribes algo sobre los chats?
-Yo no conozco el tema para escribir nada.
-Bueno, eso tiene remedio, te conectas unas cuantas veces y sacas materia para un tratado de mil páginas.
-Lo pensaré, no es un tema que me apasione.
-Puede ser hasta divertido, no tienes que decir quien eres ni nada personal de ti, ¿no ves lo que hacen todos?, pues juega tú también con ellos.

 Después de este día, cada poco tiempo me preguntaba si había empezado ya.

 Así fue como empezó a tomar cuerpo la idea de escribir sobre los chats.

Me conecté a un par de ellos y empecé a tomar apuntes y a recopilar datos generales. Más tarde, cuando empezaron a lloverme ventanitas, la mayoría con proposiciones de lo más inesperadas, fue cuando pensé en reunir las diferentes historias que iba conociendo.

A veces se creaba un problema. Como me conectaba muy de tarde en tarde, algunos que ya me habían pinchado en otras ocasiones y me habían dicho como se llamaban, a que se dedicaban, etc, etc. Preguntas y repuestas normales de los primeros contactos, pero mi memoria o la falta de interés, no me dejaban recordar lo más mínimo respecto al susodicho, ya soy bastante mala para recordar nombres, mucho más esos apodos rarísimos que se utilizan en estos sitios. Tenía que decir: -sí, ya caigo o ya recuerdo quien eres, pero la verdad es que no me acordaba de nada.

Lo peor era cuando me pinchaban jovencitos que decían gustarle las maduras, yo les contestaba que lo sentía mucho pero que, me entraba complejo de Marujita Diaz.

También he tenido ofertas de sumisos que se me ofrecían para hacer lo que yo les ordenase, limpiar, planchar, guisar; esto era una tentación para mi, ¡con lo mal que anda el servicio!

Así fue como conocí a muchos. Otros, a través de visitas a mi página, contactaban y me agregaban a sus contactos, pero estos, generalmente eran más serios.

De los otros, había de todo, pero lo que sí he podido contrastar es: la gran mentira que hay detrás de las letras de un Chat.

Así conocí al “Marino”, al “Doctor”, al “Escritor” pero estas historias os la contaré otro día.

 


 

EL "JARDINERO"

La verdad es que tenía un poquitín de miedo. Había conocido a “jardinero” hacía varias semanas, en uno de esos días extraordinarios, en los que se te ha derramado la botella del aceite, a la lavadora se le había roto la goma del desagüe inundándome el lavadero, la cocina y la paciencia.

Para colmo de males, ese día había amanecido con un ojo hinchado a consecuencia de un maldito mosquito, que se había pegado un buen chute esa madrugada a mi cuenta con toda premeditación y alevosía, mientras yo, como inocente criaturita  dormía con la conciencia tranquila del deber cumplido.

Todo esto después de haber hecho la gilipollas en la oficina aquella mañana, haber pagado una multa por mal aparcamiento, colaborando a engordar las arcas del ayuntamiento de mi ciudad o vete a saber que arcas y que bolsillos. Había cumplido también con todos mis deberes, o mejor dicho, todos los deberes, (que no tienen por que ser míos) de una mediana ama de casa.

Bueno, pues a lo que iba. Esa tarde-noche, sin saber cómo quitarme de la cabeza tan gratificantes acontecimientos, entré en uno de esos chats que encontré casualmente.

Como novata que era, no tenía ni puñetera idea de lo que tenía que hacer, así que después de ponerme un nikc, que me costó una docena de intentos pues todos los nombres que se me iban ocurriendo estaban ya ocupados, me quedé quietecita viendo pasar a una velocidad tremenda, las líneas que iban escribiendo unos y otros y que a mi, no me daba tiempo a leer.

De pronto se me abre una ventanita y... ahí apareció “jardinero”. Después de los saludos de rigor y un montón de preguntas: de dónde eres, a que te dedicas, cuantos años tienes etc. estuvimos hablando de restaurantes y platos especiales de los mismos. Una conversación muy interesante, para una que no había cenado aún.

Después de ese día, me empezó a mandar correos, me agregó a no sé qué lista que decía tener y no más asomaba por internet, ahí estaba con su regadera.

Me estaba resultando algo pesadillo, pero como una está la mayor parte de los días más aburrida que una ostra, le seguí la corriente.

Pues resulta que después de unas semanas de charlas y de insistir en conocernos personalmente, accedí a que nos viésemos. Él llevaría un ramo de flores.
Me había dicho que tenía varias floristerías, que era moreno, alto y buen tipo… esto fue casi al principio.

Cuando llegué a una esquina de la plaza dónde habíamos quedado y analizando cada personaje del sitio, ví un señor bajito, regordete, algo calvo  y con un gran ramo de flores en la mano; me dije: no cabe dudas, éste es el  “jardinero”. ¡Que manía con las mentiras!

Di media vuelta y me alejé de allí, rápidamente.

 


 

PATRAÑAS DEL CHAT.

El chat es el refugio de muchas soledades, de tantas insatisfacciones, que se esconden detrás de la pantalla...

Escribía, navegaba por sitios llenos de encantadoras imágenes y melodiosa música, museos de todo el mundo, páginas con poemas y poemillas que mitigaban un poco la soledad que la envolvía.

Había recibido un e-mail invitándola a participar en el chat de un grupo y esa noche, más aburrida y más sola, sí es que la soledad puede ser más grande o más pequeña dentro de ella misma, se decidió entrar y ver qué había detrás de aquel sitio que se llamaba “El Refugio”.

Las frases de rigor...”de dónde eres” “qué edad tienes” “cómo te llamas”...
Después alguien pincha en su nikc y la invita a un privado y ella acepta.

Así una noche y otra y otra...
Cada vez más confidencias, más familiaridades; pero siempre la reserva de teléfonos, de domicilios, de cualquier dato identificativo.

Ella está separada y él está separado. Hablan de los hijos de ambos, de los gustos y aficiones, de la comida que más les gusta, del color que prefieren y de miles de cosas que les tenían enganchados hasta altas horas, en las que para despedirse se llevaban un rato con el "cierra tú”,  “no, cierra tú”.
Acordaron que los días pares cerraría él y los impares ella.

Cómo dos melosos enamorados, se contaban cuanto habían pensado el uno en el otro durante el día.

Intercambiaban postales, correos con lindas imágenes, poemas de amor encontrados en cualquier sitio de la red.

Ella, novata en esto, desde el primer momento fue sincera, no sabía que en estos sitios nadie es como dice ser.
Se intercambiaron fotografías y cada cual tenía una cara dentro de la mente del otro.

Y hablaron del amor, del amor a través de la red.

Ella dijo que se sentía atraída y que estaba convencida que podían enamorarse dos personas a través de este medio.

Él dijo que eso era imposible, que había que conocerse y tratarse.

Ella dijo que porqué no se conocían y él dijo que se rompería el encanto.

Y siguieron cada noche atados a la pantalla, diciéndose ternezas.

Cuando ella sale de viaje en una ocasión, corre a buscar un cyber para tener su ratito de charla con él, para decirse cositas cariñosas y lindezas cómo cada día y se da cuenta que no puede pasar sin sus frases, pero al mismo tiempo ve lo absurdo que es todo esto.

Se acabó, se dice. No voy a conectar ni un día más. Él no quiere que nos conozcamos personalmente a pesar de: casualmente vivir en la misma ciudad, pues se acabó.

Pasan unos días de lucha para no ceder a las ganas de entrar en el chat.

Él le manda correos, pregunta que le pasa, por qué no entra en el “refugio” y que tiene algo urgente que decirle.
Y aquella noche cuando ella conecta, él está esperando.

- Hola, ¿cómo estás?
- Bien, ¿y tú?
- ¿qué te pasa?
- Nada.
- Te conozco muy bien, sé que té pasa algo. Tengo que decirte una cosa.
- Dime.
- Me he enamorado como un chiquillo de ti.
- Pero si eso es imposible...
- Eso pensaba yo, pero cuando te has ido de viaje me he dado cuanta que no puedo estar sin ti, que te necesito, necesito tus palabras, necesito verte.
- No puedo creerlo...
- Pero, antes quiero decirte algo.
- Pues empieza.
- Té noto fría y distante, no pareces tú.
- Tendré hoy un mal día. Dime.
- Es que no sé por dónde empezar.
- Mejor por el principio.
- Es que igual te enfadas.
- ¿Tan grave es?
- No es tan grave, pero igual no te gusta.
- Pues empieza y así sabrás si me gusta o no.
- No me llamo Andrés.
- ¿Y?
- Me llamo José.
- ¿Algo más?
- No trabajo en ningún banco, y tengo 52 años, no 43 y estoy casado, no separado, estoy enamorado de ti y quiero que nos veamos, que salgamos, que nos amemos... y ya está.
- ¿Ya está?
- La foto tampoco es mía, es de un tío que encontré en la red.
- ¿y queda algo de verdad?
- De verdad, que te quiero, que te necesito.
- ¿Me estás pidiendo que sea tu amante o me lo está pareciendo?
- ¡Mujer!
- ¡Hombre! o ¿tampoco eres un hombre?
- Sí, soy un hombre que está enamorado de ti.
- Sí, eres un hombre-mentira, con un nombre mentira, una cara mentira, con una vida mentira, que ha jugado con los sentimientos, con mis sentimientos, y ¿pretendes que ahora te crea?
- Te aseguro que ahora estoy siendo sincero.
- ¿Quién me lo asegura? Tarde... yo he sido sincera desde primer momento, no te digo que al principio, muy al principio, tuvieras tus reservas, pero después... has tenido mucho tiempo para sincerarte, para decir la verdad. ¿Por qué has esperado tanto? ¿Nunca pensaste en el daño que me podías hacer?
- Perdóname
- Me llevará un tiempo.
- Quiero verte todos los días.
- Me temo que no estoy hecha para ser la amante de nadie.
- Si me quisieras cómo decías...
- Puede que no te quiera tanto entonces, o quizás al que yo quería, no tiene nada que ver contigo. Es otro diferente por completo. El que yo quiero se llama Andrés, tiene 43 años, trabaja en un banco, está separado y tiene los ojos verdes.
- Pero ese no soy yo, el que te habla ahora, el que te está diciendo que te quiere…
- Es que a ti, yo no te conozco.
- ¿No eres capaz de perdonarme?
- Perdonado, don José.

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