Xabier González
 
Me quedan aún tantas cosas que decirte después de tantos años...
tantas caricias que darte... tantos sueños mientras duermes...
 
Quizás solo quiero que lo sepas cuando ya me haya ido,  
tan solo para que mi ausencia te diga que no miento... 
que he sido feliz sabiendo que existías y que en ti, sobre tu piel, 
estoy seguro de haber escrito mis mejores versos... 
Por eso... solo... 


POR SI ME MUERO SIN VERTE
 

 Por si me olvido del frío
y se me calan los huesos
y me muero aterido
murmurando que te quiero.
Por si la muerte me llega
y no puedo escapar a tiempo
y no me deja decirte
que necesito tus besos...


Una mata escondida

en medio de amapolas...
Una rosa que vivía
con las espinas marchitas
y secas todas sus hojas...

Un canto sin alegría,
un poema sin estrofas,
una melodía perdida
en el fragor de sus notas
y sin autor que la firme
ni orquesta que la interprete...

Déjame niña que grite,
para que me oiga el viento
que en tu ausencia no vivo
que en tu ausencia me muero.

Que soy palabra no dicha,
huérfana de frase y verbo
en los que esconder mis miedos,
mis luchas, mis sinsabores
y mis derrotas eternas.

Que soy autor y pretexto,
un guión por escribir,
un folio pidiendo un texto
que quiero que tú tatúes
en esta piel de mi pecho...
Te escribo esto,
querida,
por si me olvido del frío
y se me calan los huesos
y me muero aterido
murmurando que te quiero.
Por si la muerte me llega
y no puedo escapar a tiempo
y no me deja decirte
que necesito tus besos...
Xabier González.

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¿DE QUÉ ME HABLAS? de Luís A. Alcocer

¿De qué me estás hablando?
¿De valles o de haciendas, de océanos o charcos, de ríos o
regatos?
¿De promesas o augurios, de amores o aficiones, de unidos o
asociados?
Dime... ¿de qué me estás hablando?

 ¿De siempres o continuos, de compañero o de comparsa, de 
nosotros... o yo?
¿De comprensión con todo?... o una parte.

Entiende: yo necesito que me hables
de valles sin hollar, de océanos desconocidos,  
de ríos con ocultos meandros de sorpresas diarias, 
de promesas cumplidas antes de que se acabe el tiempo, 
de amores con y sin palabras, de unidos cerca o lejos,
de siempres y de nuncas, de compañero soy, 
de nosotros y nadie más, ni el mismo mundo,
y, esto es lo más complejo, 
de tolerancia, de entendimiento mutuo: de comprensión.

Si me hablas de eso...,
vuelve.

Luís A.


                                                                       
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ESQUIFE Y ALBATROS de Issa Martínez

El esquife hiere lentamente la marea, tan sólo el entrecortado aliento de los ponientes le insuflan vida, no lleva destino: una sola vela rasgada le acompaña en sus lamentos. Un albatros solitario le custodia, sus pupilas se desgranan en tormentas que bambolean la frágil embarcación. 

Piélagos y llanto son un mismo horizonte sin crepúsculo. -Vastísima soledad y silencios rotos, como un adiós-. No hay versos suficientes para la travesía, ni pan, ni agua dulce para el anhelo. El mar se torna una nada indisoluble, relámpagos de dolor revientan en un matiz absurdo de tristezas y sombras de sueños resquebrajados. 

El esquife tirita, solloza, y empieza a sucumbir. En vertical caída, el albatros se despeña, se golpea con lo que aún asoma de la proa, recuesta su cabeza en una caricia sublime, mientras una última lágrima de su mirada sin luz, se funde con la inmensidad salina. Las plumas azules de una quimera, caen del firmamento gris-celeste, como pétalos de flores en un postrer tributo, en el que la renuncia queda esbozada en el infinito. 

I
ssa 
06/05/04


                                                                       
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EL COLUMPIO de Claudio Rizo

El columpio iba y venía describiendo una interminable oscilación en el espacio.


A Carlos le encantaba madrugar y sentarse en su columpio. Su mamá lo despertaba a las ocho, bien tempranito, y le daba el desayuno junto con las pastillas que el médico le había recetado. Carlos era un niño extravertido y más alegre de lo que podía permitirse. No iba al colegio y se pasaba las mañanas en el parque, subido en aquella nave particular desde la que podía ver espectáculos grandiosos. Desde las alturas, el pasar del tiempo y de la vida se le aparecía con melancólica nostalgia.


Otros niños se tiraban en el suelo ensuciándose el trajecito que mamá le había limpiado el día anterior; jugaban a esconderse tras los inmensos árboles que Carlos veía perderse en el infinito. Pensaba que si pudiera escalar, treparía por ellos y llegaría a las nubes; entonces se sentaría tranquilamente en una que fuera confortable y sacaría su libreta para apuntar todo lo que su vista alcanzara. En ocasiones, sería travieso y estrujaría un par de nubes para hacer que la lluvia cayera plácidamente sobre el parque para que las plantas no dejaran de crecer. Hablaría con los pájaros y les preguntaría cómo hacen para volar tan alto y tan rápido. Conocería al sol y a la luna y comprobaría si es verdad que se llevan tan mal como para no coincidir nunca; sentía una gran curiosidad por hacerse amigo de los dos y decirles que los más bellos colores se creaban justo cuando uno yéndose y la otra llegando, semioscurecían o semiiluminaban el cielo.
Ese momento era, para él, un permanente renacer de todo que ensanchaba su melancólico corazón.


Desde el columpio Carlos se imaginaba todo un mar de fantasías.


Subía las montañas como una gacela y se escondía tras unos matorrales. Allí, agazapado en la espesura del bosque, pasaba largas horas escuchado cómo hablaban los animalitos de sus cosas. Al caer la noche, los invisibles inquilinos del monte componían desde las alturas bellas sinfonías de múltiples sonidos, dispares y extraños murmullos que procedían de todos los recovecos y que le adormecían en plácidos descansos. Una vez quiso ser un poco gamberro: colocó una trampa tapada por unas matas. Al poco, cayó un conejo. Gemía desconsoladamente y miraba en derredor como buscando ayuda. Cuando Carlos llegó, la cara del conejito estaba contraída de miedo y frío.
Lo cogió entre sus manos y le dio un trocito de pan que devoró en un instante. Lo dejó marchar.

Volvía a subir y a bajar en su columpio.
Ahora estaba con una hermosa y risueña niña corriendo por un césped de un verdor intenso. Jugaban a darle patadas a una pelota: ganaba el que más lejos la enviara. Después iban tras ella corriendo, abriendo sus brazos y enfrentándolos a los fríos remolinos del aire. Con ella siguió jugando diez y quince años más. Una tarde otoñal, cuando las hojas habían borrado el verde que pisaban dejando un aspecto grisáceo, se dieron un beso apenas tangible que removió todo su interior. Sintió un calor que recorría todo su cuerpo, y se estremeció, y se emocionó y temblequeo como una marioneta sujetada por los hilos de las alturas.

El día había llegado a su final. Las luces se apagaban y los pensamientos de Carlos se replegaron de nuevo en la ilimitada intimidad de su fantasía. Su mamá se acercó al columpio y con gran esfuerzo le cogió de una pieza y lo devolvió a su sillita de ruedas.

Juntos volvieron a casa. Allí quedó el columpio y sus viajes. Otro día volvería a mecerse en un mundo que ya nadie le podría arrebatar: la Imaginación.


Claudio Rizo.
Septiembre, 2004.

 

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CASI ME SONRÍES...

(A E.M.A. que se fue a caballo y con agujas)

Alguna vez fuiste libélula y dejaste que la noche amaneciera en
tus ojos encantados. Fue cuando el mar suspiraba olores de levante
y las flores olían a selva virgen, a tierra sin horrores.

Me dejaste tus brazos con cicatrices imperfectas que la vida había
ido marcando de adioses en madrugadas fantasmas, y me ofreciste un
rincón estrecho para recomponer caminos con sendas oscuras y rumbos
perdidos a golpes de pala y bayoneta.

No me hablaste. Tus ojos se habían ahuecado en los tirabuzones del
placer efímero, traspasando caballos y corceles teñidos de grises en
los toboganes de un escapismo hacia el infierno, queriendo buscar la
gloria del olvido para no saberte tan frágil, buscando agujas y
jeringas de mil usos para el hambre de tus venas.

Siempre supe que tenías las horas contadas, y que el hueco que
buscabas era tan sólo un espejismo para escapar de la nada que se
había acurrucado entre tus carnes de terciopelo viejo. Quise decirte
que aún permanecía el sol alumbrando primaveras, que, a pesar de la
sangre y la furia de los dioses amnésicos, yo conocía el lenguaje de
las ardillas y el canto de las caracolas que esperan la llegada de
las mareas para musicar sus ecos, que entre ambos podríamos todavía
descubrir la magia de las serpientes o el antes Casi me sonríes.
Te vi torcer los labios en una mueca de placer-angustia,  y pude entender,
mientras tus pulmones se emborrachaban del
veneno-amigo,
que habías elegido definitivamente la voz de los
dragones y de los corsarios, porque tenías miedo de las princesas y
de los timoneles sin rumbo.

Que tu barco, de mil batallas perdidas sin combate, había arrojado el
ancla y desbordado la brújula por estribor sin más mensaje en la
botella que una sobredosis suicida de miedo y muerte, en un cristal
opaco sin futuros.

Intenté rezarte... pero sólo pude desclavar la aguja de la última
cicatriz antes de sentirme vencido.

Luis E. Prieto
Marzo-05

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NANA, APENAS, DE TRISTES SUEÑOS

Antes de que tus versos fueran trigo maduro
y el papel sepultura de una voz extinguida
comí el pan en tu boca que escanciaba perezas
de siestas sin pecado, de lamentos inertes.

Espigas
y limones,
nanita, nana,
pajizos
como muertos
por la mañana.
Una canción
de penas
para dormirte
el afán
de los ojos
vagabundos,
tan tristes…

Crisantemos segados al caer de la tarde,
como niñitos tenues de menudencia ínfima,
cárdena piel obtusa con sus veneros ácidos…

Fue tan penoso amarte sin saber que te amaba.

Si quieres verlo en video.
 

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Y SI MAÑANA… (para MMB)


Y si mañana la tarde se tornara hierba, y yo volviera a parir los
sudores de tu vida que se atoraron en mi vientre; si volviera el
verde a renacer en racimos verdes de esperanza, yo, sería feliz…

Y si mañana la noche cosiera mis lágrimas en el borde de tu almohada,
y yo pudiera volver a susurrar en tus oídos vírgenes mis cuentos
inventados de príncipes y hadas; si mis palabras tuvieran el poder de
transformar tus dolores en dichas, yo, sería feliz…

Si yo pudiera, con el algodón de vida que me queda, empapar tus días
de vinagre, lo haría, y sería feliz de verte sonreír un solo
instante…

Un viento negro asola tus minutos desde el alba hasta el ocaso; si
yo fuera capaz de construir otro universo para ti, de allanar el
camino de dolorosa soledad que te aguarda, de devolver los colores
del arco-iris a tus ojos, lo haría…
Yo, lo haría...

Lola Bertrand

 

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AHORA PODRÍA MORIRME de Mª Socorro Mármol

Ahora podría morirme de fatiga
porque el sol está pálido
a las siete y tres penas de la tarde.

Ahora podría morirme de sopor
porque los sonajeros
de todas las retamas extremeñas
se callaron, de pronto, temblorosos,
mientras lloraba, insomne,
en cuna de violines,
la música de fondo de los grillos.

Ahora podría morirme de tristeza
antes de que la luna, en su proscenio,
disfrace a los jilgueros con plumas de lechuza
y redondee los ojos de las sombras.


Ahora
         podría
                 morirme
                            sola
                                  en mitad
                                          del silencio
                                                  de un viaje sin retorno ▬►
                                            atemporal,
                                    atardecido
                           sobre
                    ojos
         injertados
en llanto.

Mª Socorro Mármol 


 
                                                                     
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ME MARCHÉ DE TI de Luís E. Prieto

Me marché de ti
sabiendo que no existirían recodos ni regresos.
Rebauticé tu nombre
en tormentas y suspiros cotidianos,
y puse olvidos solemnes
en la punta de mis dedos de buscador
de caricias.

Sólo la luna
-indiferente y eterna-
supo de las lágrimas en los vacíos
de las noches cubiertas de silencios,
en las amanecidas
del dolor y el hambre,
en los pliegues de los laberintos
que viste de pardo las mañanas.

Me marché
oliendo a crisantemos inmóviles
luego de que el hacha reconvirtiera la luz
en jirones de sonrisas maltratadas cada día
desde el polvorín ardiente de tus antojos.

Aún hoy
te presiento y busco
en los quebrados donde el mar
repica de espumas y verdes heridos las caracolas.

(¿Dónde el recuerdo cálido y feliz
que recorrió los equinoccios de las estepas azules?)

Luis E. Prieto
Septiembre-05

Si quieres verlo en video

                                               
                        
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