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AQUEL AMOR
DE SIEMPRE
Llegó, llegó con la incipiente primavera
invadiendo mis jardines.
Me puso un sol en las pupilas y me llenó la mirada con miles de
estrellas que hacían chiribitas.
En mis oídos fueron sus palabras, melodías de mágicos violines; entonces
sentí un hormigueo burbujeante subiendo por mis venas.
Noté su aliento quemándome la boca cuando sus labios se aproximaban.
Quise decir, NO, pero guardé silencio y mis ojos le invitaron a seguir.
No, no era momento de reflexiones, de medir circunstancias personales,
era, después de toda una vida soñando, amordazando sentimientos, el
principio y fin de mis anhelos.
Eran dos almas que se encontraban a través de los años.
Cada botón desabrochado arrancaba un suspiro contenido, y después, sus
manos exploraron uno por uno los rincones de mi cuerpo.
Sentí su pasión desbordarse en mis entrañas, y fuimos, en el ocaso de
nuestras vidas, aquellos dos adolescentes quinceañeros que apenas se
rozaban las manos.
Cuando exhaustos y rendidos nos miramos a los ojos, volvimos a
reencontrarnos. Yo supe que él también me había amado siempre.
¿Qué importaba el mañana?
Yo, volvería al despacho con mi traje de chaqueta, mi peinado
recompuesto y el maquillaje retocado, él, buscaría una disculpa para
justificar su ausencia.
Mañana todo seguirá como siempre, pero este instante nadie podrá
arrebatármelo nunca; el mundo se ha detenido, no importa nada del
alrededor, no existe nadie más que nosotros dos.
Y en este momento, él, es solo mío.
Marila |